domingo, 6 de marzo de 2011

Sospechoso


Z toma café. Como cada mañana, a la misma hora de siempre, café con leche y media tostada de mantequilla, en la mesa de la ventana, cerca de la puerta, justo al lado del revistero donde se coloca la prensa diaria. Z repasa las noticias con cierta lejanía, apartado como está de la arena política desde hace tiempo, todo le parece ya mucho menos importante. De vez en cuando se sorprende recordando aquellas ocasiones en las que un titular le había hervido la sangre. Pero aquel día no, como decimos, aquel día Z repasa la prensa sin prestarle mucha atención. Por eso, al acabar con la prensa nacional ni siquiera hace el intento de agarrar el periódico local y, ligeramente complacido, levanta la vista para ver tras la ventana el rostro de un joven que le recuerda a alguien. Camina por la calle con cierta decisión y parece tener la edad de su hijo, pero no, su hijo no suele traer amigos a casa y la ropa del chaval tampoco se parece en nada a la que usa M. De todas formas, tiene la sensación de haberlo visto antes. No sabe dónde. Agarra el café. Está tan caliente que ha de soplarle y se le empañan las gafas. Antes de limpiarlas con la tela del pantalón, ve como el chico cruza el paso de cebra para entrar en el bar. Las limpia y cuando se las coloca, ve como el joven en cuestión pasa por delante de él con una determinación que parece impropia, extraña, y le sigue con la mirada. Ve como saca algo del pantalón y en ese momento lo entiende todo. Alguien mira para encontrar de frente el cañón de un arma. El café de Z se estrella sobre el mármol de la mesa y se le abrasan las pupilas.

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