sábado, 1 de octubre de 2011

La segunda vida de Lucía

Lucía, ahora sí, coge el teléfono

La he encontrado. Es ella. En la segunda vida de las siete de cada libro que alimentamos, siempre pasan cosas raras: Lucía vive, por ejemplo, Lucía no está muerta. Una noche de otoño, otra de tantas sepultado bajo el montón de broza de mi imaginación plomiza, un poema me llevó a un blog de un tipo que seguía a otro cuya web tenía una foto que... ya no me acuerdo, aunque fue hace un par de semanas. El caso es que aquí está, vivita y coleando, Lucía, ni reventada sobre el asfalto ni rota su historia por un gesto resolutorio y pareciera que valiente, definitivo en suma. La veo coger ese teléfono y pienso en la segunda vida de los personajes que nos hicieron felices. La segunda vida, la que hay detrás del momento en el que cruje todo y creemos que la tierra se abre bajo nosotros. Lucía y yo fuimos cogiditos de la mano por el borde la grieta abierta. Abajo la lava volcánica de nuestros futuros abrasados... Eso pensamos entonces, que el cuento se había acabado, pero no... Porque ahora resulta que Lucía está viva, y sabemos que el imbécil que no la llamó a tiempo no tuvo ni tan siquiera el valor de ir al entierro de la mujer que le amó tanto, casi de forma absurda, descabellada. Por eso, cuando en la segunda vida de Lucía la llamada llega, ésta, un tanto sorprendida porque no se la esperaba, le dice al miserable alfeñique que la engatusó hacía mucho, que se vaya al infierno, y justo después le cuelga. Esa noche, enormísima belleza recortada por el corte exquisito de su elegante vestido negro, será la Reina Fénix de la fiesta inagotable orquestada por los dioses para brindar por su retorno.

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