viernes, 30 de diciembre de 2011

Duelo de titanes

Desde hace meses Thelonious Monk y Bill Evans libran un pulso en la pared de mi habitación. Yo soy el juez, pero no sé con quién quedarme. Thelonious está loco y es un salvaje. Bill es un blancata clásico, se diría que un arribista, aunque es el Debussy del jazz, y eso ya es mucho. Lo malo es que le pierde la heroína. En fin... Creo que la disputa no se resolverá nunca. Otra interrogación a cuestas más.

lunes, 26 de diciembre de 2011

Evtuchenko, el frío y la memoria


Leyendo a Evtuchenko por la noche. No recordaba lo bueno que era. Ahora, de paso, recuerdo cómo llegó hasta mí.

Leyendo a Evtuchenko por la noche. Entonces también hacía frío, tiritaba. A veces enfermo, a veces cansado, a veces con la boca llena masticando días que parecían pasar a borbotones. Por entonces Evtuchenko era la voz de Mario recitando borracho por el pasillo, la noche entera esquilmada a los sueños escuchando jazz, sin pegar ojo, robándole tiempo al tiempo y muerte a la vida entera. Evtuchenko es el loco Mario llamando a mi puerta a la tres de la mañana para preguntarme si quería escucharle recitar un poema. Marío diciendo ¡Yo quiero / saber cantar así / por muy difícil que la vida sea! o ¡Quiera Dios que no tengamos / ni casa / ni hacienda / ni aturdida comodidad en nuestra vida! Y yo en la cama, muerto de sueño, sin saber ni qué decirle.

Mario leía a Evtuchenko y leía a Pizarnik. Leía a Borges y leía a Roberto Artl. Y escuchaba Radio Clásica durante todo el día y silbaba fuerte y tomaba mil cafés y me enseñaba sin saberlo qué significa vivir al margen. A veces pienso en él y le echo de menos. Ahora lo imagino tocando el saxo, perdido en su pequeña cueva, su proyecto de ingeniería a medias, sin miedo.

Leo a Evtuchenko protegido por las mantas. Ya no hace frío, pero los versos del escritor soviético me siguen erizando el pulso. Se lo debo también a él: Me sucede / que ya no viene a visitarme el viejo amigo. Nos debemos un libro de poemas abierto por la mitad y una botella de vino entera. También nos lo diría el ruso.

martes, 20 de diciembre de 2011

sábado, 17 de diciembre de 2011

Kobayashi no es Steinbeck

Los amigos de Kobayashi velan su cadáver

Qué tarde más mala para salir. Qué tarde más buena.

Abro cuadernos, repaso intereses, batallas perdidas, guerras inconclusas. Estoy en Verdún. Encuentro una nota que dice Kobayashi no es Steinbeck. Cierro el cuaderno. Intento recordar el momento en el que la escribí... Sí, lo recuerdo perfectamente.

¿Habéis leído El pesquero? Os lo recomiendo. A mí me lo dejó Bernardo, Blumm, al que se lo había pasado la misma editorial. Es una buena historia, pero hoy no voy a hablar de ella. Hoy toca trazar cuatro ideas sobre su autor, Tajiki kobayashi. Ampliaremos en otra entrada.

John "Pimpón" Steinbeck

Volvamos a la nota. ¿Por qué Kobayashi no es Steinbeck? Porque no. Siempre me cayó muy mal Steinbeck. Tal vez porque se parece a Bukowski, digo físicamente. Pero Bukowski me gusta, Steinbeck no. Steinbeck, el escritor de los pobres, el amigo de la URSS, murió de un ataque al corazón probablemente provocado por su gordura. Steinbeck, el zampabollos. Steinbeck, el Don Pimpón del realismo social.

Tajiki Kobayashi, por el contrario, murió apaleado por la policía japonesa. Aquí no hablaremos de mártires ni de coherencia ni de nada parecido a eso. Las monsergas se las dejo a los curas. Si me interesa la vida de este autor es por la radicalidad de su apuesta vital, por la vigencia de su manera de vivir, en permanente rebeldía, en la clandestinidad. Y porque es un gran escritor. Recomiendo que leáis su exigua obra. Otro día seguiremos hablando de él.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Maldito prisma


Hay una luz blanca. No sé exactamente lo que es, pero me gusta imaginarlo. Pienso en un hombre haciendo lo que debe hacer. Pienso en un hombre que dejá de pensar en qué está bien o qué está mal, qué le sirve y qué le deja de servir. Sé que lo que anhelo es un hacer parecido al orar y laborar de los monjes de clausura. Hay que frenar la dispersión, me digo, entiende que eso clave, me aconsejo. Hay que lograr que el día tenga veinticinco horas y que la noche se haga corta y pase rápido (si ella no está). Vivimos obsesionados con la idea de culminar de buena gana nuestros proyectos, a pesar del poco tiempo, a pesar de la crudeza de un presente que no está para tirar cohetes... Me planto muchas veces frente al papel y siento que todo sería más fácil si tuviera las palabras mágicas. Pero luego releo, me releo, y subrayo eso de que todo sería más fácil, y es entonces cuando digo NO. Digo que no y escribo otras palabras. Siento que ya no importa tanto todo aquello que se dejó atrás.

domingo, 11 de diciembre de 2011

A veces una cinta negra


Cruzó el pasillo. El sonido de los tacones sobre el parquet la delató. Poco antes lo había visto sonreír con ese gesto dulce que le helaba la sangre. No sabía por qué ni cómo habían llegado hasta allí. Su piel todavía tenía la marca de los arañazos. Él dudó. No sabía si llamarla o dejar que se marchara con esa tristeza insobornable mordiéndole las tripas. ¿Qué quería? ¿Qué esperaba? ¿Cómo podría calmar la sed de esa mujer? Entreabrió la puerta y la contempló ciñéndose la cinta de sus viejos zapatos negros. Sintió un temblor sordo en la boca del estómago. Ella levantó la vista y lo vio mirándola desde el otro lado del pasillo casi a oscuras. Pensó que si lo amaba es porque nunca lo conocería bien. Luego él cerró la puerta, se sentó en la silla, cogió la pluma y abrió el cuaderno, pero no pudo escribir.

martes, 6 de diciembre de 2011

De pie junto al camino

Mecanismos internos, de J. M. Coetzee. Estoy con él y con otra pila de libros que arrastro con un placer extraño, que huele raro, como a frontera entre lo sano y la adicción. Ayer hablaba precisamente de eso con un buen amigo, es decir, nos preguntamos dónde está el límite, en qué lugar de la Mancha se encuentra la bombilla de la creación sin tregua.

Yo leo a Coetzee, que a su vez leyó (y lee) a tantos otros... Me gusta su manera de hacer crítica literaria. El primer capítulo es sobre Italo Svevo y el segundo sobre Robert Walser. Se dan algunos datos biográficos: En 1931, Walser se marchó de Berlín y regresó a Suiza como «un autor ridiculizado y fallido» (según sus propias, autodespreciativas palabras). Tomó una habitación en una clínica de reposo en la ciudad industrial de Biel, cerca de su hermana, y durante los siguientes años se ganó la vida precariamente publicando artículos en los suplementos literarios.

Walser. Walser, como Rimbaud, abandonando casi todo y escapando, quizá, del paredón de fusilamiento de la literatura. No resistir hasta el final o resistir precisamente haciendo lo contrario: tirando la toalla en apariencia. ¿Otro itinerario hacia el desatre? Tal vez muchas preguntas.

Me gusta la foto del escritor austriaco plantado junto al camino. ¿Quién sabe si no fue abierto por él para nosotros, sus lectores de mala muerte? ¿Quién sería capaz de seguir sus pasos?

jueves, 1 de diciembre de 2011

El zoológico de Claudia

Cuando empecé a escribir siempre pensé que lo importante era precisamente eso, escribir. Escribir para publicar, y que me leyeran, me criticaran y, de paso, ganarme un poco de legitimidad (sobre esto hablaremos relativamente pronto). Ahora lo más importante ha dejado de ser eso, escribir, y su sitio lo ha ocupado una extraña forma de habitar el mundo... Ahora solo uso el mapa de la literatura. Ahora leo, sí, primero leo, y después escribo. Publicar debiera ser una consecuencia lógica de lo anterior y no el motor de todo.

Tengo la certeza de que Claudia también deambula por el mundo con las mismas maletas que yo, aunque hay diferencias. Ella se mueve, yo no. Ella es una viajera nata. Yo soy algo parecido a un derviche enfermo y algo loco. Me planto y me doy vueltas. Me planto y no me aburro. Me planto, pero nunca echo raíces. A Claudia también le interesa el desarraigo. Lo cuenta y no lo cuenta en su diario. Al lío: quiero hablar de Diario de las especies, el libro de Claudia Apablaza.

Me llegó a través de Blumm, con el que desde hace tiempo intercambio libros. Él le envío a Claudia 50 pasos para dar el salto..., y un día se presentó en mi trabajo para prestarme Diario de las especies, ese libro raro. ¿Qué es un libro raro? No lo sé bien, pero os puedo decir que, aparte de raro, es un libro nuevo, cercano y a la vez extraño, diferente para casi todo el mundo y familiar para todos aquellos que desde hace años utilizamos los blogs como campos de tiro (cuando hablo de familiar pienso, por ejemplo, en La Familia Monster). No os voy hablar del argumento. Solo diré que es un diario. Pero sí queréis saber qué significa hacer de la literatura el personaje principal de un libro, leed el libro de Claudia. Sabréis de qué demonios hablo cuando digo que habitamos el planeta de una forma extraña. Algunos le llaman a todo esto metaliteratura, pero no me interesa especialmente esa etiqueta. Prefiero pensar que la vida de un lector puede ser un argumento más que suficiente para escribir un libro que sume.

De todas formas, si queréis saber más de esta autora chilena afincada en Barcelona, podéis echarle un vistazo a su blog. Yo entro a menudo. Su zoológico es gratis.