sábado, 18 de febrero de 2012

Tocarnos la cara

Hay que leer a Gopegui. Hay que hablar de ella, de su manera de entender la literatura, por supuesto, pero sobre todo hay que hablar de sus novelas. Esta de la que hablo ahora, Tocarnos la cara, es la cuarta que leo de ella. Antes había leído La escala de los mapas, El lado frío de la almohada y La conquista del aire.

Hay un puente que va desde Tocarnos la cara a La conquista del aire. En ambos libros se aborda el tema del fracaso de los proyectos colectivos. Un fracaso que si en La conquista del aire se puede interpretar en clave negativa, en Tocarnos la cara se nos presenta de otra forma, más como un posibilidad entre otras muchas, más como un punto cero desde el cual volver a empezar.

No voy a cometer la torpeza de decir que La conquista del aire es una novela más madura (porque no creo que haya nada de madurez en el descreimiento), pero sí que me parece más contenida, más dialógica. Ahora bien, echo en falta en Tocarnos la cara un mayor comedimiendo a la hora de hilvanar la trama principal con las disertaciones, ciertamente atinadas, con las que Gopegui nos sorprende a cada tanto; si bien es cierto que se agradece el haber dejado definitivamente atrás ciertos excesos de lirismo de los que, en mi opinión, adolecía La escala de los mapas, con diferencia la novela de Gopegui que menos me ha gustado.

No obstante, es una satisfacción encontrar una novelista con esa capacidad para ensanchar sus libros sin necesidad de triviales artificios. Satisfacción que se amplifica por lo prolija que es su obra, algo inusual para una autora de su edad.

Dejaremos para otra ocasión su preclara lectura de la situación actual de la novela y su compromiso político, que en su caso no se reduce exclusivamente a la esfera de lo personal, sino que se hace extensivo a su propio oficio y, por ende, al producto del mismo.

viernes, 10 de febrero de 2012

Eres un drogadicto


El espejo te fractura. No es él el que se rompe, sino tú, el vidrio de tus ojos. Pasa el tiempo. Sientes la piel aspera, a veces roca, a veces lengua. Alguien te ha dicho que pareces un gato. No sabes qué demonios quiere decir con eso. Imaginas, siempre imaginas: un tipo parecido a ti se arroja desde el tejado de una iglesia y cae de pie. Escucha una canción. Dice no nostalgia, no sentiment; podría ser la canción de la semana del guardián del faro. Quisieras imitarle. Te alumbra la soberbia terquedad de los fanáticos. Eres un drogadicto. Ignoras el principio activo de tu vida en llamas.


domingo, 5 de febrero de 2012

Misceláneas domingueras

i

A tiempo para mi cita semanal con el Cifu; café, tostadas, ganas de trabajar... Tengo una montaña de apuntes de Antropología del Parentesco sobre la mesa y una calculadora afilada, lista para hincarle el diente a la bestia cuantitativista. Abominar de la estadística se está convirtiendo en un resorte absurdo. El jazz, menos mal, amansa a las fieras, les acaricia el lomo. Ya está bien... La Banda de los 4 está de siesta en la trinchera. A lo lejos suena el estallido del primer obús.

ii

Pelea entre comunistas e integrantes del Reichbanner, la milicia del SPD. Fuente.

¿Cuántas historias a medias? Pienso, por ejemplo, en la que apareció este verano como si fuera un niño que hubieran abandonado en la puerta de mi casa. Os hablo de una historia con la frente amplia de Otto Dix al fondo. Un transhistórico frontón. De nuevo la Alemania de entreguerras: pasar la madrugada estudiando la evolución de la guerra callejera entre las bandas paramilitares de los partidos políticos. Dejaremos las conclusiones, el resumen hecho ayer, para mi blog de historia, que algunos dicen que lo actualizo demasiado poco.

iii

También toca seguir destripando el primer número de la nueva revista Estudios, en cuyo consejo de redacción me han metido a pescozones, de manera inteligente, sí, pero ariconándome, aun de forma dulce. Si a un gato te lo llevas a una esquina y sin dejarle más salida te pones a contarle un cuento, qué hace, eh, qué es lo que hace... Pues dormirse como un niño chico. Por eso no me queda otra que abrir un nuevo frente (Operación Barbarroja: miles de nazis medio muertos deambulan desesperados por la calcinada estepa rusa).

iv

Gabriel Celaya contando un chiste

La poesía es un arma cargada de futuro. Eso era lo que decía Celaya, cuyo centenario celebramos este año. Lo he leído poco, desde luego; de su quinta he leído mucho más a Blas de Otero, aunque jamás prestaría alguno de sus libros. Sin embargo, hace poco he introducido en mi particular potlatch con Bernardo Munuera un libro que antologa lo mejor de la obra poética de Raymond Carver; hablo de Todos nosotros, nada más y nada menos que uno de los cinco libros que eligió Philip Rogina antes de abandonar a su mujer.