sábado, 28 de abril de 2012

Habré de callarme para recomenzar...

Cualquiera comenzaría a bucear con esta conciencia del yo recién nacida. Leeré a Marta Aguado, desde luego. Apenas unos cuantos versos bastan para decir lo suficiente, lo que debió ser dicho. Bértolo diría que la nuestra es una forma de leer adolescente. Imprescindible: La cena de los notables. Se aprende a descubrir a los intrusos.

miércoles, 18 de abril de 2012

Manos de perro


*

Como inmovilizado. Así –puños cerrados, ojos de par en par, el corazón bombeando lento- se encuentra el personaje, tirado sobre la cama, desnudo. Se imagina dentro de una tormenta de arena. No ve lo que hay detrás. Se dice: «Todo ocurre fuera». Se toca la piel. La siente seca, cortada por el cristal de cuarzo. Se dice: «Si pudiera salir de aquí». Sería sencillo pensar que todo se debe a que se siente enfermo.

**

Se levanta. Es domingo, hace frío, llueve al otro lado de la ventana. Se sienta en la mesa donde solía escribir. Pone las manos en sus rodillas. Son las 4:38 de la madrugada. Ve un papel en blanco. El personaje siente algo parecido a una amenaza. No era eso... Se levanta de repente y sale de la habitación, pero no le da tiempo a llegar al baño. Lo vemos vomitar en la escalera.

***

Quisiera que después de la ducha todo fuera distinto. Se lava el pelo. Se lava las manos. Tiene la cara magullada y con el gel le escuece. Imagina que tiene una madeja de pelo en el estómago. Eso tengo que contar, repite, eso tengo que contar... Repasa mentalmente todos los trucos para ser fértil. El agua sale cada vez más fuerte. Se empaña el espejo. Se restriega con el ánimo de arrancarse la piel entera. Ya no le duele. Nadie sabrá a qué sabe el espanto que paladea el mudo, el manco, el que perdió la mano al empeñarse en recordar. El agua le acaba por abrasar la espalda. Ni siquiera siente eso. Sale de la ducha. Abre la taza del váter. Vomita un par de veces.

****

Al menos ya no se siente sucio. No sabe quién ha escrito en el vaho del espejo la palabra desesperación. Limpia con la mano el cristal. Se ve de frente y no se reconoce. No fue la tormenta la que le causó esas heridas. Se mira las manos. Ni rastro de la noche. Si no para escribir, le siguen sirviendo para hacerse daño.

viernes, 13 de abril de 2012

Íntima guerra


Recuerdo las mañanas frías de los días pasados junto a ella. El café cargado y las pastillas, su rostro enfermo, la piel cubierta de moratones. A mi memoria acuden las imágenes de aquel tiempo que comenzó cuando cerró la fábrica y perdí el trabajo; aunque quizás me equivoque y la raíz de aquella pesadilla fuera más larga, mucho más larga... No sé.

Yo pasaba las noches encerrado en aquella habitación minúscula. Las horas pasaban muy despacio tirado sobre la alfombra. Me sentía enfermo. Estaba ahogado en mi propia desesperación. El alcohol lo complicaba todo. Creía haber perdido la capacidad de amar. Más de una vez se me pasó por la cabeza la idea de escapar definitivamente, pero no tuve coraje. Siempre fui un cobarde.

Ella solía traer chicos jóvenes a casa. Follaba con ellos y al cabo de unas horas, quizás desde un principio, los despreciaba. Entonces les insultaba, les golpeaba e incluso intentó apuñalar a alguno. Se estaba volviendo loca. Como es normal, casi todos los chicos se defendieron violentamente. Otros dieron rienda suelta a sus bajos instintos y le propinaron auténticas palizas. Recuerdo que algunas veces le pegaban tan fuerte que ella gritaba pidiendo ayuda. Yo no hacía nada. Me quedaba en la habitación, tirado sobre la alfombra, bebiendo y escuchando –pareciera que impasible– sus gritos de súplica. A veces me tapaba los oídos. Decir que el presente se nos hizo insoportable sería quedarme corto. El mundo se escapaba por el desagüe. Teníamos una permanente sensación de irrealidad. Ese era nuestro narcótico.

Nunca supe muy bien cómo llegamos hasta allí, pero lo cierto es que no supimos salir juntos del pozo. A mí me consumió el dolor, a ella lo acabó haciendo la soledad. Solo dos personas que se amasen tanto podrían aniquilarse así.

Hace tiempo que no la veo. La echo de menos. Ya no he amado a nadie.

- Íntima guerra forma parte de un libro de cuentos inacabado cuyo título provisional es Historias precarias. No sé si algún día la acabaré, pero me pareció oportuno colgar este relato después de releer Capitalismo, enfermedad mental y suicidio.

lunes, 9 de abril de 2012

En el barro con Remarque


*

La verdad, jamás pensé que un libro como Sin novedad en el frente podría llegar a gustarme tanto. Un libro de guerra. Sí, el de Remarque es una obra maestra. Uno tiene la sensación de estar clavado en el barro de las trincheras junto a Pablo, el protagonista de la historia.

**

De nuevo la I Guerra Mundial, pero esta vez a través de los ojos de Remarque, cuya obra fue prohibida por los nazis cuando llegaron al poder (después su libros serían quemados públicamente junto a otros títulos de su lista negra). Imbéciles, no sabían que un buen libro tiene más vidas que un gato, y Sin novedad en el frente es uno de ellos.

***

Gracias, David, por el libro, por el intercambio permanente. No sé cómo llevarás los cuentos negros de Bierce, pero a mí tu libro me ha fascinado. Ya ves, desde hace unos meses tengo algunas páginas con apuntes sobre una posible historia ambientada en la Alemania de la República de Weimar. Quizá la escriba un día. Quizá la escriba cuando vuelva a escribir. Creo que sabes que llevo varios meses completamente seco... No sé dónde tengo la cabeza.

****

A veces me siento como uno de esos soldados: clavado en el barro, con la bayoneta calada y la mascara antigás puesta. No queda otra que soportar. Anoté lo de que van a por nosotros. Escribí lo de que todo me sabe a poco. Se escucha la artillería al amanecer.

domingo, 1 de abril de 2012

Kong

Imagen de Julio Falagán

King Kong está subido a la cima de un edificio enorme. Con una mano se sujeta a la antena puntiaguda que corona la estructura. En la otra mano guarda una hermosa mujer rubia que, molesta por su indeseable situación, decide combatir al monstruo a base de mordiscos. Con esa misma mano, el enorme simio se defiende del ataque conjunto de una cincuentena de biplanos armados con ametralladoras.

King Kong lleva un par de horas resistiendo. A pesar de las, para él, molestas picaduras de bala, solventa con aplomo cada uno de los lances que se dan en las alturas. Así, uno tras otro, los aviones van cayendo presa de sus precisos manotazos. Mucho más penoso para el mono es tener que soportar el repetido pataleo de su preciosa prisionera. Es algo que con el paso del tiempo cada vez soporta menos.

Pasan los minutos y los biplanos siguen con el asedio. Solo resisten los más valientes o los que más pericia han puesto a la hora de combatir al gorila gigante, pero a esas horas, cuando la población huye de tan enorme ruina, la mayoría han sido derribados. En el suelo de la ciudad, una montaña de desechos ardientes provoca numerosos incendios. Los bomberos no pueden contener la marea de fuego en la que poco a poco se va hundiendo la ciudad.

Mientras tanto, en las alturas, Kong, el Rey Mono, no para de repetir con los biplanos el trivial ejercicio que allá en su isla practicara cada tarde con los mosquitos gigantes que le molestaban en la siesta. Cansado y molesto por tanto bocadito de la chica mala, suspira de satisfacción cuando ve acercarse el último avión que por destruir le queda. El biplano se dirige contra él a una velocidad de vértigo.... Los picotazos de bala de ametralladora le irritan el lado derecho de su simiesca cara, pero en su fuero interno ya celebra la victoria. Planea un final glorioso. Abre la mano donde se agita la chica y le tira un beso. Cierra de nuevo el puño y cuando el avión se aleja, le lanza un misil que acaba por estrellarse contra la cola del aparato. El biplano se precipita sobre las calles de la ciudad. Se hace entonces el silencio de repente en el techo de la urbe. El enorme mono sonríe, completamente victorioso al fin.