domingo, 1 de abril de 2012

Kong

Imagen de Julio Falagán

King Kong está subido a la cima de un edificio enorme. Con una mano se sujeta a la antena puntiaguda que corona la estructura. En la otra mano guarda una hermosa mujer rubia que, molesta por su indeseable situación, decide combatir al monstruo a base de mordiscos. Con esa misma mano, el enorme simio se defiende del ataque conjunto de una cincuentena de biplanos armados con ametralladoras.

King Kong lleva un par de horas resistiendo. A pesar de las, para él, molestas picaduras de bala, solventa con aplomo cada uno de los lances que se dan en las alturas. Así, uno tras otro, los aviones van cayendo presa de sus precisos manotazos. Mucho más penoso para el mono es tener que soportar el repetido pataleo de su preciosa prisionera. Es algo que con el paso del tiempo cada vez soporta menos.

Pasan los minutos y los biplanos siguen con el asedio. Solo resisten los más valientes o los que más pericia han puesto a la hora de combatir al gorila gigante, pero a esas horas, cuando la población huye de tan enorme ruina, la mayoría han sido derribados. En el suelo de la ciudad, una montaña de desechos ardientes provoca numerosos incendios. Los bomberos no pueden contener la marea de fuego en la que poco a poco se va hundiendo la ciudad.

Mientras tanto, en las alturas, Kong, el Rey Mono, no para de repetir con los biplanos el trivial ejercicio que allá en su isla practicara cada tarde con los mosquitos gigantes que le molestaban en la siesta. Cansado y molesto por tanto bocadito de la chica mala, suspira de satisfacción cuando ve acercarse el último avión que por destruir le queda. El biplano se dirige contra él a una velocidad de vértigo.... Los picotazos de bala de ametralladora le irritan el lado derecho de su simiesca cara, pero en su fuero interno ya celebra la victoria. Planea un final glorioso. Abre la mano donde se agita la chica y le tira un beso. Cierra de nuevo el puño y cuando el avión se aleja, le lanza un misil que acaba por estrellarse contra la cola del aparato. El biplano se precipita sobre las calles de la ciudad. Se hace entonces el silencio de repente en el techo de la urbe. El enorme mono sonríe, completamente victorioso al fin.

1 comentario:

  1. Bueno, pues un final demoledor, un sacrificio imprevisto... Por cierto: la torre que aparece en la ilustración se parece mucho al campanario de la Seu Vella de Lleida. ¿Puede serlo?

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