martes, 19 de junio de 2012

la vida es más grande y nada importa

i

El escritor de frente. Bochorno, verano cerrado, un país enfermo. Ahora, ganas de vomitar; antes, durante días, dolor de estómago, tierra quemada, miedo. El miedo y el amor van de la mano. El odio no es contrapartida. Jamás hubo rencor entre los hijos de los hombres viejos. El escritor frente al papel. Piensa en la mujer joven. Piensa en la mujer rebelde, su piel raspada contra la incertidumbre. Escribe.

Se llena de letras un viejo papel. Comienza a llover y está finalizando junio. Se mira las manos. Las ve vacías. Ya no hay certezas pero qué más le da. Se lo dijo la otra noche: la vida es más grande que nosotros y nada importa. Pasará por encima de todos como pasó la poesía por el sueño de aquel poeta hiperviolento, vestida de rojo, rubia como una actriz de Hollywood, al volante de un Ferrari negro. Como una guadaña perfecta sobre el trigo maduro, así la vida sobre el cuello de los poetas hiperviolentos. No lo sabe, pero él es uno de ellos. 

ii

Manos en la cabeza. El escritor se desliza por el pasillo oscuro. Sabe qué se esconde allí. Lo sabe y no lo teme, pero a la vez ignora cuánto mide la pupila del espanto. Detrás de la esquina la insoportable tenacidad de los recuerdos negros. Al final del pasillo la obsesión, las rejas del cuerpo, su mente podrida como aquellas fresas en la alacena de su abuela enferma. 

El escritor que no se sabe precisamente eso, que ignora su condición porque la vida es más honda que cualquier maldito oficio semisuicida, el escritor -decíamos- sale a la calle. Pasea solo a las cuatro de la mañana. Llueve y hace calor poco después. El suelo arde. Si pudiera encontrar el rastro de aquellos que hallaron la palmera ardiendo -piensa mientras mira al cielo, piensa mientras los ojos se le llenan de arañas y el corazón se le inunda de arena. Desierto en plena noche.

iii

La tierra también seca. Hormigas en los restos de un puñado de pasteles. El escritor regresa a casa con el pulso intacto y un poema en las entrañas. No lo escribirá. Guardará los versos como aquella caja de espinas. La historia del dolor es la presa más codiciada. Historias que jamás se contarán. Ese cuento que le atravesará de parte a parte. Si algo tiene de valor es su capacidad para mirar. Todo lo demás es fácil. Todo lo demás escuece. 

Antes de dormir, escribe unas palabras. No sabe adónde le llevarán. Son estas: sin carcaj y sin cayado, llegó al oasis desarmado y ya sin agua; allí los encontró dormidos.

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