jueves, 26 de julio de 2012

No íbamos a ser menos


Dice Héctor Márquez en una reseña de los Diarios de Iñaki Uriarte publicada en Mercurio, que los escritores son máquinas de vanidad que dedican tanto tiempo y energía a garantizar su visibilidad que acaban apartándose de su función. Dejando a un lado eso de la función del escritor, pareciera desde luego que, como afirma Alfreso Velasco en su artículo Los fantasmas de la conciencia publicado en la revista Estudios, nos hubiéramos convertido en el débil reflejo de nuestra imagen pública, viviendo al cabo en un simulacro de realidad en el que pretendemos interactuar con otros. Quizá por ello los escritores, como el resto de los mortales de nuestro exiguo paraíso informacional, hayan sucumbido finalmente al espectáculo de la fama y la vanidad vacía, ya no tanto por su innegable condición ególatra, sino por el hecho de ansiar ser más hijos de su tiempo que nadie. No pensemos pues que el escritor será capaz de abstraerse de los padecimientos de su época. Este caso, por ejemplo, confirma esa regla. El problema, por tanto, del que Vázquez habla no es específico de los escritores, sino de todos aquellos que nacimos y crecimos en un contexto social determinado por la sobreabundancia de información y estímulos comunicacioles de cada vez mayor intradescencia. Ahora la pregunta es: ¿seremos capaces de hablar de todo esto en nuestra obras o es que ya no hace falta hablar de lo que ocurre, de aquello que nos preocupa, porque la literatura es otra cosa?

sábado, 14 de julio de 2012

Poetas en la niebla


Ya terminó el recital. El poeta se retira, solo. Está cansado y tiene algo de frío, y, sobre todo, quiere estar tranquilo, perdido entre la niebla, como un mono de las películas. Unos minutos antes, poco después de tirar el micro al suelo, un par de jóvenes se acercan para felicitarle. Le dicen me han encantado tus poemas menos políticos. Le dicen parece que los hubieras escrito para recitárselos a un muerto. Le dicen aquí al lado hay un bar donde ponen los tercios de cerveza muy baratos y el pescado es bueno. El poeta contesta. Dice no. Dice daré una vuelta. Parece un tipo hosco. Otros dirán se lo tiene muy creído, el gilipollas. Al poeta le da igual. Se sienta en una esquina del paseo marítimo. Le da la espalda al mar. Tiene en su mano una copa de vino. Se ha manchado el pantalón. Hace tanto frío que tirita sin darse cuenta...

Echa una foto. Imagina que el rastro de Cesárea le ha llevado hasta allí... Ahora los ve venir. A lo lejos imagina la silueta recortada de los poetas hiperviolentos, de la tribu de poetas locos, que se acercan hacia a él. Ve sus bates de aluminio relucientes, sus cadenas arrastrando por el suelo, sus botas de punta de acero marcando el paso descerebrado de los que vinieron el mundo para pelear con saña por un trozo de pan. El poeta cierra los ojos... El poeta escucha el sonido del mar... El poeta se bebe de un trago la copa de vino, saca un papel y anota una pequeña idea. A lo lejos se oyen las carcajadas de los poetas hiperviolentos. El poeta sabe que su historia será ignorada. Ellos también lo saben. Pasarán desapercibidos entre las tribus de poetas culeros de la escena local. Serán devorados por la historia de la mierda seca... No les importa. Ríen, juegan a ser mayores, como pequeños gorilas, en la niebla, ese lugar donde apenas se ve algo, donde más allá de la luz de las farolas se hace fuerte la oscuridad. La ignorancia es la mayor de sus riquezas. Si supieran lo que se les vendrá encima...

miércoles, 4 de julio de 2012

El mundo no está aquí por ti...

...recuerda. Eso es lo malo, pero también lo bueno. Te dijo que nada merecía la pena si no podía convertirse en ruinas. Ahora lo sabes.