lunes, 11 de febrero de 2013

Biografía: un relato sobre Marx y Twain

Como Moisés, Marx había sido abandonado en una canastilla que alguien había echado al río. En su caso, a Marx lo habían tirado al Misisipi con la esperanza de que, como al viejo patriarca, alguien lo rescatase y le diese mejor vida. Fue un joven maestro quien lo encontró entre los juncos de uno de los meandros. Paul así se llamaba el profesor acogió a Marx en el seno de su familia y lo crío como si fuera uno de sus hijos. Marx creció así bajo la tutela de unos padres comprometidos con el ideal socialista que, no sabiendo que mejor nombre darle, lo acabaron llamando Marx, para ser más exactos Marx Twain, pues Lisa, su madre adoptiva, era una gran aficcionada a la novela de aventuras y admiraba sin reservas la obra del autor de Misuri. 

A partir de ahí sería importante señalar que la vida de Marx estuvo condicionada por las dos pasiones que desde joven empezó a cultivar: la política y la literatura. Leyó mucho y pensó más. A los catorce años, su padre le colocó como ayudante en un aserradero en el que trabajó durante más de veinte años. Allí, sus compañeros le pedían que les leyera la prensa y que les contara cosas de los libros que siempre andaba leyendo a la hora del almuerzo. Como decía, Marx leyó mucho y pensó más, y en una de aquellas ocasiones un fogonazo le hizo pensar que tal vez de la hoguera de sus lecturas podría salir una idea que, de una vez por todas, facilitase la llegada del socialismo a los Estados Unidos. Habló mucho con su padre, discutió más todavía con él, pero al final se dedicó por entero a publicitar entre las clases trabajadoras lo que para él no era sino la auténtica vía estadounidense al socialismo; una vía que, a diferencia de las propuestas de otros grupúsculos marxistas de América, no pasaba por la insurrección armada ni la organización de poderosos sindicatos en las fábricas, sino por la creación de comunas socialistas a la orilla del río Misisipi. Serían precisamente estas pequeñas microsociedades obreras las que, sin ir más lejos, servirían como ejemplo de la capacidad de autogestión integral de la clase trabajadora norteamericana. No obstante, su determinación le acabó acarreando problemas, ya que, podríamos decir que esta particular vía, digámoslo así, «marx-twainiana» al socialismo, chocaba frontalmente con los planteamientos revolucionarios que para los EE.UU. tenía la Internacional Comunista dirigida desde Moscú. Tanto es así que a Marx no le quedó más remedio que echarse al monte con su grupo de correligionarios para que las garras de la Komintern no llegaran hasta él.

Se cuenta, y a partir de aquí entramos en el territorio de la leyenda, que Marx Twain, acompañado de una hueste cada vez más nutrida de fanáticos admiradores, montó una fundación benéfica de paradero ignoto con la que, entre otros proyectos de carácter ciertamente revolucionario, organizaba un premio literario relativamente famoso en el sureste americano al que llegaron a concurrir poetas de la talla de Dylan Thomas o Lou Reed, entre otros. Los últimos rumores apuntan a que Twain, pues ahora se le conoce por su segundo nombre, acabó sus días encerrado en una cabaña de madera de la que solo salía para pescar. 

 - De 50 pasos para dar el salto (Berenice, 2009)

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