domingo, 9 de junio de 2013

Patricia


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Aquí nadie te olvida.

ii

Escribo con la certeza de saberte cerca. Tu memoria es la mía y prometo recordar. Aquí, testimonio. Aquí, abrazo a los que luchan y son los míos y siempre están cerca. Aquí, pero también fuera, dar un paso al frente y alzar la cabeza, no esconderse. Podría haber sido yo. Podrías haber sido tú, lector. Una joven poeta muerta por su propia mano. Una joven asesinada por los de siempre. Hijos de la gran puta. Odio eterno a los que nos la arrebataron.

iii

Poetas hiperviolentos que recorréis las calles, acordaos de Patricia. Firmad vuestros poemas con un puñetazo. Apagad el fuego, vuestra sed de vida, con un corazón ancho, capaz de hundir a los mediocres, a los que miran para otro lado, a los que callan; un corazón profundo, que nos afirme a todos, que nos secuestre de esta realidad de mierda. Poetas hiperviolentos que escribís en plena madrugada y así escapáis de este desastre, acordaos de ella cuando les miréis de frente. Nunca derrotados. Nunca vencidos. La otra vida sepultada recorriendo vuestras venas. Todas las guerras perdidas y las revoluciones traicionadas. La historia negada por la cofradía del dólar. La memoria de los justos, eso, precisamente la memoria de los bénditos, de los que no hirieron a nadie, ni pusieron una soga en el cuello de los condenados, eso, en vuestros cuadernos, pero también fuera de ellos. La rabia fuera de los recuadros. Vivid, así, con mayúscula sorpresa. No les deis el gusto de veros hundidos. Y mirad al sol de frente.

iv

Tus amigos te han ocupado un cine, le han puesto tu nombre. Ya se ha proyectado el documental. Queremos que paguen todos los que hicieron que te mataras y que los demás comieran tantos años de cárcel, perdiendo media juventud entre rejas. Decir es demasiado poco. Vamos a hacer que paguen. Veo a los poetas hiperviolentos armados del coraje que jamás podrán arrebatarles los señores de la mercancía. Veo a los poetas hiperviolentos multiplicándose, salvajes, prendidos a las sombras, como figuras expresionistas. Llevan los versos de Patricia tatuados en la mano.

v

Y ellos tampoco. Te lo decía al principio. Ni aquí ni allí, Patricia, nadie te olvida. Mantendremos tu recuerdo intacto. A veces el viento arrastra el olor descompuesto, pero solo a veces.

domingo, 2 de junio de 2013

Perder paredes


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También esta casa. Tus fotos desencuadradas y las noches de verano durmiendo al raso. También la calma, el frío de los inviernos bajo la luz del sol, y el flexo siempre encendido. Todas las bombillas rotas. Esa oscuridad decidida a acompañarte siempre. Los cuadernos, las ideas, los proyectos levantados entre esas cuatro paredes, siempre con una mano atada a la espalda. Los poemas cazados al vuelo en una de tantas noches persiguiendo el sueño, buscando un sitio para guardar recuerdos. Todo. También los cuentos que escribiste a ciegas, temblando, los cuadernos abiertos y mordidos, llenos de hormigas, todavía humeantes. De todo eso, cuando cierres la puerta por última vez, no quedará nada. Ni siquiera la paz del trabajo bien hecho.

ii

Entró una vez más. Le había visto caminar descalzo, de un lado a otro del patio, siempre leyendo, a pesar del frío o el extremado calor de agosto, de un lado a otro, sumergido en la noche, tirado en el suelo, viendo películas hasta caer rendido. Los libros desparramados por cualquier rincón. Ilegibles notas en papeles gastados. El guión de una novela que se quedó a medias. La habitación donde plantó el pie y dijo aquí me quedo, donde intentó levantar una obra que le aplastase o le hiciera perderse, renunciar al cabo a la vieja necesidad de huir. Un libro de plomo que le hiciera morder el polvo, olvidar la quejas y escupir sangre, tocado por la mano de los que saben qué hacer y cómo.

iii

Te has levantado temprano. Anotas tareas. Intentas vivir como si nada pasara y preparas el café a conciencia. El cuerpo descansado después de dormir diez horas. La noche de antes, el trabajo te hizo recordar otras pérdidas, acaso un par de años donde el desaparecido fuiste tú mismo. Todavía no te has hecho a la idea del cambio. La bola echa a rodar. Si te pones a escribir, arrasarás con todo, y todavía no es justo. La literatura es una forma de nostalgia y ese sueño no ayuda. La has visto repetir esas palabras, escaparse tras la cortina de polvo que corre la luz filtrada del sol. Sales al patio y sientes el frío. No hay nubes. Ni tampoco pena. En el suelo, una hormiga arrastra el cuerpo de una araña muerta. Una vez más, admiras la fortaleza de los que viven por los demás. Repasas mentalmente cuáles serán los siguientes pasos. Primero sentarse y abrir el cuaderno. Después, continuar la historia. No es fácil. Siempre la tentación de empezar de cero. Las miserables cantinelas de la literatura de autoayuda. La necesidad de reinventarse. Frunces el ceño. Empiezas a escribir.