viernes, 23 de agosto de 2013

Retorno



Lo primero que hizo al regresar a casa y no encontrarla allí, fue comprar un par de latas grandes de pintura para pintar la fachada. Luego, justo antes de empezar, sacó un cigarrillo y saludó sin ganas a uno de sus vecinos, que lo observaba de reojo mientras regaba las plantas de su jardín. Tendría trabajo para todo el día. Fue al garaje y sacó los plásticos viejos que ya había utilizado en otra ocasión para no manchar el suelo. Se quitó la camisa y diluyó la pintura con un poco de agua. Comenzó a pintar. Eran los primeros días de junio y en unas horas comenzó a hacer calor. Unos niños empezaron a jugar al fútbol en la calle y durante unos segundos los estuvo observando. Pensó en la vida que no tendría. Encendió el enésimo cigarro de la mañana y se concentró en lo que estaba haciendo. Llevaba más de cinco horas pintando y apenas si había acabado la mitad de la fachada. Empezó a tener hambre. Para no manchar de pintura el pasillo, entró en la cocina por la puerta de atrás y sacó de la nevera una lata de cerveza. Abrió un tarro de paté y cogió un par de rebanadas de pan de molde. Salió de la cocina y se sentó en el escalón, a la sombra de uno de los árboles del jardín trasero. Pensó en las decenas de veces que habían comido allí, apenas un bocado, sentados en aquel mismo escalón, antes de que le mandaran a la cárcel para cumplir condena por un delito antiguo. Se lavó las manos e hizo café. Se volvió a sentar en el mismo sitio. Le entraron ganas de dormir un rato, pero prefirió tomarse el café de un trago y reiniciar el trabajo. Aún le quedaba media fachada que pintar. Se puso manos a la obra. Siguió fumando. Otra de sus vecinas lo saludó al venir de trabajar. Le dio la impresión de que le había saludado con una expresión de pena en la mirada y apretó la brocha con un gesto de rabia. Luego se tranquilizó. Una hora antes de ponerse el sol, concluyó el trabajo. Se encendieron las luces anaranjadas de la calle y se lavó las manos con disolvente. Después entró en la cocina y cogió un paquete de cerveza. Se abrió una lata mientras retiraba los plásticos y los guardaba en el garaje. La fachada había quedado perfecta. Encendió el último cigarro y fumó de pie mientras observaba el resultado de todo un día de trabajo. En el vecindario las luces encendidas le recordaron que a esas horas todo el mundo estaba cenando. Sabía que no le quedaba nada en la nevera. Se bebió lo que quedaba de la cerveza y se abrió otra. Un coche tocó el claxon al pasar por su jardín y una mano anónima se asomó por la ventana del conductor para saludarlo. No reconoció el coche. Se miró las manos, ahora limpias y algo cansadas. Luego miró el césped del jardín. Todavía quedaba mucho por hacer.

- De 50 pasos para dar el salto...

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