jueves, 6 de marzo de 2014

Un ovillo en la garganta

i

El personaje quiere decir, quiere contar, pero al final guarda silencio. Hace días que no sale el sol y mientras barre, mira por la ventana. La niebla se cierne sobre las casas del monte. No hay gente en el bar de abajo y todavía no llueve. Se pregunta si eso fue todo.

Poco después, en la cocina, friega los platos con el cuerpo en otra parte. Literalmente, no está. El dolor de tripas es algo en lo que cae de tarde en tarde. Se trata, pues, de una sensación vaga, más difícil de identificar y, por tanto, mucho más turbia. El dolor es otra cosa. El dolor es limpio y cristalino, como los ojos de los pájaros, como el agua de un pozo olvidado a las afueras de una vieja aldea.

El personaje acepta, esta vez sí, una llamada. Discute con ella por un asunto menor. Ni una voz más alta que otra. Todo en su justa medida: el monocorde tono aséptico de los que no quieren mancharse. También aquí, la cobardía. También aquí, la pena como una bola de cañón entre los dientes.

ii

No, por mucho tiempo que permanezca bajo la ducha, no cesará la angustia. Tampoco extinguirá el dolor salir a caminar durante horas. Todo es más pesado. Todo es más urgente. Aquí no valen las recetas de los libros de autoayuda ni la miserable lección de los sepultureros. 

Cuando vuelve a casa, la noche le desploma sin apenas advertirlo. Lúcidamente, y ahora por primera vez, valora en su medida cuál ha sido la dimensión del daño. La sequía ha cuarteado su identidad y ahora todo son grietas. Nada sano puede crecer ahí. 

Al tirarse en la cama, se hace un ovillo y mira el reloj. Esa es su única certeza ahora. La vieja cicatriz custodia la lección de la supervivencia. Nada es tan grave. De madrugada, y tras el vértigo, el personaje cae rendido finalmente. Esa mañana, le hubiera gustado recordar el sueño. De hecho, despierta con un sabor nuevo en la boca, que no mitiga la náusea, pero, eso sí, le hace sonreír unos instantes. Por ahí se empieza. 

2 comentarios: