domingo, 19 de junio de 2016

Ilusionismo literario


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Se van acumulando los libros en la nueva casa. Libros nuevos que llegan de mil formas distintas y que a veces parecen multiplicarse solos. Los veo crecer por todos sitios, en cada rincón de este pequeño piso en el que no sé cuánto tiempo me voy a quedar. Libros, decía, pero hay más, son más que eso. Leo con vosotros:

Todos empezamos a leer con el discurso humanista en el inconsciente: empezamos a leer creyendo encontrar en la literatura un modelo de vida, una respuesta a todas nuestras preguntas, para divertirnos y para sumergirnos en otros mundos y para conocer lo que no vivimos, pensando que la lectura nos hará mejores personas, más cultas y educadas, incluso más libres y felices, y que encontraremos los secretos del espíritu humano en nuestra conversación íntima con el texto literario. Pero nada de eso ocurre. Al contrario, la literatura no es un camino ni hacia la libertad ni hacia la felicidad; más bien es un camino hacia la ilusión.

La cursiva aparece en el texto original, página 21 de Qué hacemos con la literatura, editado por Akal, y escrito de manera colaborativa por David Becerra, Raquel Arias, Julio Rodríguez y Marta Sanz

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La literatura como ilusión y el escritor como ilusionista. Con otra vuelta de tuerca diríamos la literatura como engaño. Eso es. Y el escritor en el centro, tal vez tejiendo la mentira de la que él mismo es la primera víctima. Lo dice Ventura, el personaje de «Sin respuesta», uno de los relatos de El Club de los Poetas Hiperviolentos:

Aquella noche me dijo que de joven se había ganado la vida escribiendo libros. No me dijo que había sido escritor, sino justo esas palabras. Inmediatamente después me preguntó si creía que la literatura era una forma de resistencia digna. Le dije que no sabía a qué se refería [...] Al girarme para despedirme le dije que sentía no haberle dado una respuesta clara. Fue entonces cuando me dijo que no me preocupase, que en realidad estaba hablando de otra cosa. De qué, le pregunté. Entonces me contestó, con la mirada del hombre más viejo de la tierra, que estaba hablando de la literatura como sucedáneo de la vida que no se tuvo, y me cerró la puerta sin contemplaciones.  

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Pero volvamos al principio, a aquello de la multiplicación de libros. Ha pasado el tiempo y atrás han quedado unas cuantas casas. En cada una de ellas, los libros procrearon y acabaron llenándolo todo. Paul Auster, que hasta hace bien poco nos torturaba con una novela al año, tiene un relato muy bonito sobre todas las casas en las que ha vivido; un cuento que, todo sea dicho, parece patrocinado por una inmobiliaria especializada en pisos de alquiler, pero que puede leerse de manera adolescente por todos aquellos que, de alguna manera o de otra, llevamos dando tumbos media vida.

El caso es que solo echo en falta una cosa del sedentarismo: tener todos mis libros bien juntitos, en una habitación; no hace falta que estuvieran ordenados meticulosamente, me conformo con que pudiera echar mano de cualquiera de ellos cuando me apeteciese. Porque ahora no puedo, es más, tengo buena parte de mi biblioteca encajetada, durmiendo el sueño de los justos en un sótano del que algún día espero rescatarla. Aunque, quién ha rescatado a quién... Los libros, la literatura y la ilusión. Sí, tal vez sepa de qué demonios hablan los autores del libro que mencionaba al principio. La ilusión y la mentira, o la literatura como magia.