martes, 27 de septiembre de 2016

El escritor es un tramposo


No nos vamos a engañar. El escritor es un tramposo y al primero al que se la juega es a él mismo. Siempre hay un engaño. Uno de ellos, quizás el más recurrente, es pensar que se puede dejar la vida en suspenso dedicándose a escribir. Cómo si no hubiera vida en la literatura... Qué va, es imposible. 

Sucede a veces que quisiéramos apartarnos de todo, esquivar de forma definitiva el abrazo de la necesidad, huir del tiempo material que nos fue dado y centrarnos en lo que nos gusta (burda forma de llamar a lo que no nos incomoda). Es una especie de sueño redentor que uno acaricia a cada tanto y que -pensamos- podría alejarnos de la miserable realidad que nos amamanta día tras días. Pero todo es mentira.

Un escritor escribe. No necesita hacer de su oficio una coartada ni un truco de magia para desaparecer sin dejar rastro. Qué inútil determinación la de escapar del mundo dormitando en la ficción. Él sabe que es imposible huir. La literatura nos confronta con todo aquello que anhelamos olvidar y lo hace más vívido. No hay historia que nos resguarde. Un relato por escribir puede parecerse a un campo de minas, solo que es uno mismo quien las pone y quien las quita, quien lo cruza con el alma en vilo y quien puede salir volando. Al fin y al cabo, la literatura también puede concebirse como un tablero de ajedrez. Con algo de suerte, el peón puede atravesarlo entero, coronar y convertirse en dama. ¿Pero eso nos sirve de algo? Ningún tipo de gloria puede torcer el rumbo de lo irreparable. 

miércoles, 7 de septiembre de 2016

Otro paseo alemán: Toller, Einstein, Dagerman

Stig Dagerman (1923-1954)
Reparto el tiempo como puedo. Me queda poco con el trabajo, pero intento sacar hueco para cada cosa. A veces tengo la sensación de que debería centrarme en una sola historia, pero es imposible. He asumido mi condición de dilentante. 

Hace mucho tiempo que quería leer algo de Sitg Dagerman. Parace tópico, pero fue su biografía lo que me trajo hasta su obra. Hoy no hablaré de ella. Otoño alemán es lo que he leído de él. Lo pille de segunda mano en La Malatesta, en una sobria edición de Octaedro que cuenta con un pequeño estudio preliminar que nos introduce en la obra del escritor sueco. El libro, del que daré cuenta de manera pormenorizada más adelante, es una crónica periodística de la Alemania de posguerra (1946). Un libro corto, valiente y en absoluto sensacionalista, que señala a todos lados e impugna desde el primer momento buena parte de los compromisos tácitos entre la comunidad internacional y la oligarquía germana (nunca vencida).

Ernst Toller (1893-1939)
Dos alemanes más se cruzan en los cuadernos y lecturas de estas semanas. De Carl Einstein voy leyendo lo que cae en mi mano. Su obra no es demasiado fácil de encontrar, pero un artículo me va llevando a otro y con el tiempo me voy haciendo una idea de cuál fue su camino. Tengo la sensación de que publicar Carl Einstein o la historia casi imposible solo ha sido una buena excusa para sacar tiempo para entrar de lleno en obra. También estoy pendiente del libro de otro alemán que está a punto de salir. No sé si Carl Einstein y Ernst Toller se conocerían personalmente, pero quizá salga de dudas leyendo la próxima edición de Una juventud alemana, que en breve sacará la editorial Contraescritura, cuya página os propongo visitar, ya no solo por lo sugerente de su catálogo sino por lo particular de su proyecto.  

Seguiremos informando.

domingo, 4 de septiembre de 2016

Cosa cerrada (el cuaderno azul)


i

Escribo en las últimas páginas de un cuaderno que alguien me regaló hace mil años. Otra cosa que se cierra, pienso. En las páginas de antes, una veintena de relatos aguardan el momento en que les hinque el diente. Me revienta corregir.

ii

Leo uno al azar y no me reconozco en esas páginas. Cuál de mis máscaras pudo escribir eso. Algunas historias son luminosas, con personajes limpios, hechos de una pieza, que resisten con fiereza la presión de sus vidas asfixiantes, encajonadas en el desamparo, la soledad forzada, la precariedad laboral, la enfermedad mental o la inmovilidad física. En otros de esos cuentos ganan protagonismo los paisajes, construidos con retazos, casi fotográficos, de lugares periféricos, invisibilizados: polígonos industriales, fábricas abandonadas, pueblos fantasma, cubículos inhabitables, carreteras terciarias por las que no transitan coches, etc.

iii

Uno detrás de otro, y a cientos de kilómetros, los cuadernos se sostienen en una estantería que ya no frecuenta nadie. Se supone que yo soy el dueño. Pero no es así. Ayer, en la presentación de un libro, escuché al autor decir que la poesía nos hace libres. No es cierto. O no siempre. La escritura nos somete como una madre severa. No se puede escapar de lo real con la ficción. Y lo real da asco.

iv

Reviso las primeras páginas de este cuaderno azul y encuentro un cuento fechado en enero de 2010. Vieja costumbre de datarlo todo (felizmente abolida). Seis años después, esos relatos se plantan frente a mí como un espejo cóncavo. Me miro en él y parezco deforme, con mi imagen al revés. Empiezo a barruntar de qué alimento vive la ilusión del éxito. Me salpica la palabra como la sangre de un ajusticiado en plena calle por la mafia literaria. Se acaba el cuaderno al fin. Lo cierro con un punto que se prende en la retina como un interrogante. Todo se incendia luego. Y ya no hay más papel donde apuntar los daños.