sábado, 14 de enero de 2017

Tú como el otro

Foto de Michal Macku
He visto su rostro surgir del sueño. Nada había debajo de los párpados que no fuera esa sucia sensación a incertidumbre. Quisiera limpiar de la memoria el escorzo blanquecino contrapuesto al oscuro amanecer de aquellos días, cuando de nada me valió recordar que había nacido para caminar sin miedo. Nadie elige el suyo. El mío habita en los pliegues de esa piel que no comprendo, que no puedo leer porque se escapa de su propia humanidad. He sido incapaz de adivinar la marca de sus gestos en papel. La animalidad de sus palabras marca el ritmo con el que temo adivinarme uno de ellos. ¿Qué de mí queda en esa almohada crepitante? ¿Cuánto de vosotros heredé sin yo saberlo? No quiero respuestas… Necesito, únicamente, descansar de su mirada, salir del foco de mi propio espanto, ser capaz de imaginar y darle forma a la puntual iniquidad con la que suelo traicionar la pesadilla. Se trata quizás ―quiero decirme― de combatir el mal haciendo frente a su legado, ejecutando el baile a sabiendas de que, más allá de la impostura, existe una pequeña posibilidad de redimirnos de la culpa. Recuerdo la lección del matemático: menos por menos es más. Cruzo los dedos invocando un signo que me ayude a sortear la maldición de los cobardes. Quiero sacudirme el asco y eliminar la náusea. En el sueño, arrumbado en un rincón, me he visto temblar como un venado enfermo. Si tuviera ceniza para limpiar la habitación… De noche vuelvo a la cama con un arma en la conciencia. Quiero darle batalla. Que venga, pues, el rostro a destapar la caja. Ahora sé qué es lo que hay dentro y no me asusta. Ya comprendí el símbolo.

martes, 3 de enero de 2017

Una lluvia que empapa


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No, desde luego que no fue fácil acercarse a esta novela. Acostumbrados como estamos al trato miserable o hagiográfico que suelen merecer los personajes anarquistas en la narrativa española contemporánea, emprender la lectura de una novela como Lluvia de agosto tiene como recompensa la refutación paulatina de nuestras sospechas; porque el libro de Francisco Álvarez tiene la osadía de adentrarse en la biografía de Buenaventura Durruti sin mayor ánimo -esta es mi opinión- que sumergirnos en la historia, humana y singular, plural y ambivalente, del movimiento libertario de principios de siglo. Ahí es nada.

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Y lo consigue. Efectivamente, con Lluvia de agosto atravesamos buena parte de los años dorados del anarcosindicalismo ibérico. Con un ritmo sostenido y un juego argumental que utiliza dos historias superpuestas, el autor consigue que el lector transite por los hitos más determinantes de la aventurada singladura del anarquismo ibérico. La vida de Durruti, sí, está presente y por supuesto que hay un acercamiento eficaz a su trayectoria personal y militante, pero quizá no sea lo más importante de la novela. Mucho menos lo es la verdad sobre su muerte, que a día de hoy sigue alumbrando ríos de tinta y que, todo hay que decirlo, difícilmente pueda conocerse a ciencia cierta.

iii

En todo caso, Lluvia de agosto cuenta con un doble aval: el primero el haber sido galardonada con el Premio 'Xoxefa Xovellanos' de novela, quizá el mayor premio de las letras asturianas, y el segundo el haber sido publicada por Hoja de Lata, una joven y pequeña editorial en cuyo catálogo encontramos otras joyas de trasunto libertario como Días de fuga o En cualquier caso, ningún remordimiento. Sea como fuere, el relato del libro del que nos ocupamos hoy se sostiene con los mimbres de las buenas historias y, en ese sentido, puede leerse como un cuento que, además, se cierra con un final a la altura del resto de la trama. Dicho lo dicho, no queda otra que dejarse sorprender y dejar de leer con la barrera echada. Seguramente así dejaremos de perder algunos trenes. O en la literatura al menos.