El rastro de Cesárea


1. Soñé que saltaba de un edificio de once plantas y que el vacío era otra cosa.

2. Soñé que seguía la pista de un asesino en serie y que sus víctimas eran jóvenes poligoneras menores de veinte años. Jóvenes trabajadoras o paradas, pero casi nunca estudiantes, chicas salvajes amantes de la violencia, el sexo, la cerveza, el ron, los coches tuneados y las anfetaminas.

3. Soñé que era devorado por una mujer con piel de sapo.

4. Soñé, yo también, con las guerras floridas y con sacrificios humanos. Soñé con una tropa de mercenarios tlaxcaltecas penetrando como un río de sombras por la calle principal de una ciudad ya casi en ruinas.

5. Soñé con un ejército de poetas hiperviolentos armados con palos y escudos de papel.

6. Soñé con una batalla perdida y un sol rojo cayendo a plomo sobre el barrizal donde agonizaban los niños santos con los que soñó Bolaño, pero con los que jamás soñó la Comtessa d´Angeville.

7. Soñé con la sonrisa de los justos y la mirada avispada de los bandidos.

8. Soñé con Antonio Machado cruzando la frontera de la mano de su madre enferma, él también enfermo pero menos viejo que ella, quebrado por el dolor, como tantos otros, arrastrando una desesperanza tan profunda como un pozo de aguas podridas, ya negras.

9. Soñé que era vendido como esclavo en un lupanar de Atenas durante el mandato de Solón.

10. Soñé que era un meteco macedonio y que tenía la lepra y que caía en la ruina.

11. Soñé que mis hijos nacían medio muertos y que yo los remataba. Soñé que vivía disfrazado con la ropa de Cronos, el que se comía a sus vástagos, sin pensar por un momento que Cronos es gigante y que no existe.

12. Soñé con ciudades protohistóricas contaminadas por el loto negro.

13. Soñé que leía sin pestañear.

14. Soñé que un hombre parecido a mí se volvía loco y que yo le acompañaba a un sanatorio donde nos encontrábamos con Robert Walser, un Robert Walser mucho más joven, rico y apuesto de lo que dicen todos, eso sí, pero al fin y al cabo un Robert Walser de pura cepa.

15. Soñé que me cortaba una mano, la derecha, y que Julia me tapaba la hemorragia con una venda donde hace mil años un anciano persa escribió arcanos sortilegios. Luego soñé que la mano se regeneraba y que era negra como el carbón.

16. Soñé que arrancaba veinte páginas del cuaderno donde había escrito la mejor novela del mundo y que me las comía todas.

17. Soñé que un hombre arrojaba a otro por un desfiladero y que aquello no era Esparta, si acaso los alrededores de una pequeña ciudad como Cuenca, pero nunca Esparta, quizá los arrabales oscuros y traicioneros de Nueva Gomorra. O tal vez Roma.

18. Soñé que un joven iba a la guerra con un pequeño diario guardado en su mochila y que lo mataban de un tiro en la frente a las primeras de cambio, sin que hubiera escrito ni una sola letra.

19. Soñé que deambulaba por una trinchera llena de muertos y que me habían estallado los tímpanos. Soñé que en esa trinchera me encontraba con el fantasma de Franz Marc, un espectro triste y a la vez tranquilo, que me decía con una voz casi inaudible que Alemania perdería la guerra, que las perdería todas hasta que no pasaran a cuchillo a todos los primogénitos de la aristocracia prusiana. Es una locura, ya lo sé, pero eso fue lo que me dijo.

20. Soñé que una mujer nos decía adiós (no estaba solo) con un pañuelo desde la ventanilla de un avión que luego explotaba.

21. Soñé que caminaba por el desierto sahariano en plena noche y que a lo lejos se escuchaba el piano de Bill Evans.

22. Soñé que mi padre me tocaba la cara para poder reconocerme.

23. Soñé que apostaba a las carreras con Bukowski y jugaba al ajedrez con Fante. Soñé que vivíamos en la misma casa y que por la noche ninguno de los tres dormía.

24. Soñé que una mujer me arrancaba el corazón y se lo intentaba merendar. Soñé que la mujer tenía los colmillos romos y que no podía despedazarlo. Soñé que le daban arcadas y que era ridícula. Luego soñé que caminaba solo por una ciudad vacía, abandonada repentinamente.

25. Soñé que mis amigos me felicitaban después de recoger un premio con sabor a sangre y que ninguno de nosotros le daba importancia.

26. Soñé que la literatura se comía el mundo y que nadie se salvaba. Soñé que la ficción nos volvía locos.

27. Soñé que el tiempo de los hombres se acababa y no nacía nadie más.

28. Soñé con los niños verdugos de Münster.

29. Soñé que alguien me estrellaba una botella de champán en la cabeza y que del cráneo salía una procesión en miniatura de Jesús del Gran Poder, con sus nazarenos y todo.

30. Soñé que el padre de los Goytisolo hacía las paces con los milicianos de la FAI.

31. Soñé que fusilaban a mi abuelo, pero que luego revivía y se iba corriendo.

32. Soñé que a uno de mis hijos lo molían a palos en una cárcel argentina.

33. Soñé que un hombre, un tipo de unos cincuenta años, cantaba una saeta en un balcón de Sevilla adornado con una bandera nazi y que alguien le pegaba un tiro.

34. Soñé que un tipo colgaba un galgo de uno de los árboles que hay frente a mi casa y que Ángel lo buscaba por las calles, en plena noche, con la venganza en los bolsillos y una navaja abierta.

35. Soñé con una tribu de poetas ya no desesperados ni valientes, sino podridos de dinero y enajenados de comer sobras.

36. Soñé que John Coltrane venía a visitarme a la cárcel.

37. Soñé que una mujer despampanante me agarraba de las pelotas y me mordía el cuello, pero me hacía cosquillas. Soñé que la mujer se iba con el rabo entre las piernas y ese rabo era mi polla.

38. Soñé que el viento te despeinaba y eras tan bella que se me heló la sangre.

39. Soñé que un dolor antiguo me partía en dos, como si fuera un rayo.

40. Soñé que Frank Sinatra perdía al ajedrez conmigo y se marchaba refunfuñando. Soñé que aquella misma noche le encargaba mi asesinato a un mafioso italiano, un joven imbécil, cateto, con traje de verano beis y el rostro picado por la viruela.

41. Soñé que vivía en Tokio en 1968 y que regentaba un club de jazz donde Haruki Murakami la liaba todas las putas noches. Soñé que el pianista del local era Thelonious Monk y que de vez en cuando tocaban Charlie Parker o Milles Davis, y que a pesar de las broncas del imbécil de Murakami, a pesar de sus excesos (le había dicho mil veces que no se metiera coca en el servicio), el club estaba casi siempre lleno y mis amigos japoneses me decían ―en parte porque lo pensaban en serio, en parte porque querían que les invitara a copas― que el mío era el mejor club de jazz de la ciudad (aunque luego me enteré de que era el único).

42. Soñé que una noche me disfrazaba de poeta hiperviolento y una mujer me descubría.

43. Soñé que el tiempo de los míos también finiquitaba.

44. Soñé con el entierro de mi madre.

45. Soñé con un bonito poemario escrito con letras de sangre y con una oferta millonaria de una editorial judía que deseaba publicarlo. Esa misma noche soñé que el Grial era un vaso de cerveza olvidado en un portal de Malasaña.

46. Soñé que una mañana el sol se levantaba con un parche en el ojo izquierdo.

47. Soñé que una noche más de veinte millones de mejicanos salían a las calles del DF para cantar A las barricadas y que la vida se hacía tan ancha que las costuras del sistema se hacían añicos.

48. Soñé que Godzilla era escritor y que había máquinas de videojuegos donde los chavales manejaban a personajes como Chéjov o Nietzsche, y que a veces, muy pocas, algunos chicos me elegían a mí y acababan perdiendo siempre, rápido, muy rápido, aunque a aquellos chicos no les interesaban demasiado los videojuegos, sino más bien las fiestas, las mujeres y el olor de las mujeres. Jóvenes aterrados que pasaban todas las noches buceando entre canciones de rock, preguntándose, casi siempre borrachos como una cuba, en dónde se halla el secreto de los valientes.

49. Soñé que hacía las paces con el jefe de los tlaxcaltecas y que todo estaba listo para el sacrificio. Luego soñé que unas mujeres me desnudaban y me pintaban el cuerpo de azul y que una multitud se congregaba junto a la pirámide en cuya base se acumulaban los cuerpos ya sin vida de los prisioneros. Soñé que en aquel momento deseé con todas mis fuerzas que la historia del eclipse que contaba Monterroso fuera real.

50. Soñé con el fantasma delgaducho de Otto Dix.

51. Soñé con el momento en el que Rosa Luxemburgo ponía el último punto de El orden reina en Berlín, el texto que escribió la noche antes de morir a culatazos, la noche antes de que su cuerpo fuera arrojado al río, la noche antes de que pasara a convertirse en la musa-mártir de los situacionistas y los fuegos de París ardieran con la mecha de sus palabras.

52. Soñé que una sombra le dictaba los versos de El paraíso perdido a Milton y que el poeta ciego no era tan ciego entonces, sino algo más que miope.

53. Soñé con la sonrisa inmutable de uno de los locos del sanatorio de Mondragón, en concreto el más lejano a Leopoldo María Panero. Un joven tarado con la mirada perdida y la sonrisa inexpugnable de los benditos, un loco que más que poeta era un creador a secas, capaz incluso de improvisar algunos versos que tatuaron el alma acomplejada de sus loqueros. Versos negros como la mierda de los ulcerados.

54. Soñé que tenía noventa años menos y me casaba con la heredera de un barón inglés. Una joven que gracias a ese matrimonio acababa pobre como una rata, pero feliz y cuerda y amante de la vida ancha y de las formas menos militarizadas del compromiso, es decir, una mujer libre, hija de su tiempo y hermana de los vencidos.

55. Soñé que alguien me elegía para ser el joven secretario de Zhang Chunqiao, el perverso líder de La banda de los 4, y que al cabo de unos años era detenido por los esbirros de Deng Xiaoping. Soñé que pasaba años y años y años y años en una cárcel china y que en la cárcel no había ratas, aunque sí en nuestra comida.

56. Soñé con la Reina Juana, ya no loca sino enferma de dolor, caminando con el rostro helado al frente del cortejo fúnebre de su marido muerto, el rey Felipe, que murió de fiebre.

57. Soñé que una mujer vestida de blanco me daba un vaso de agua y que al beberlo me calmaba y no enfermaba como el rey Felipe, sino que me calmaba al fin. Luego supe que aquella mujer era Cesárea Tinajero, la poeta estridentista, y que su tumba, perdida en las entrañas del desierto de Sonora, estaba vacía y olía a rosas.

Doña Juana "la Loca", de Francisco Pradilla (1877)
 
* El rastro de Cesárea se lo debo a Roberto Bolaño, por supuesto, pero también a la Comtessa d´Angeville, quién realizó un inacabado homenaje a Cesárea Tinajero que ahora os traigo aquí. A la Comtessa d´Angeville, ahora Saoki, podéis seguirla en su nuevo blog, Meta incógnita, una bitácora para detectives helados y descarriados. Entre los tres sumamos 171 sueños, algunos locos y desesperados, otros absurdos, otros depravados y otros esperamos que premonitorios. Algunos me dan miedo de verdad. Que sirva de homenaje a los que viven con los ojos como platos.